lunes, 29 de noviembre de 2010

Reír es consuelo.

Violeta caminaba por las frías calles de su población, enmarcaba cada sutil deseo de vivir como el resto, pero encontraba en ella cierta armonía que el acontecer diario de aquella ciudad no podía tener. No había límite que separara su arco iris con el universo egocéntrico de sus vecinos. La imaginación se acomodó a la exactitud y sin cupo para un acompañante tomó la bicicleta y se dejó llevar por el sonido del viento.

- ¿Cómo te llamas? - Le preguntó a un Bulldog que cruzaba la calle principal, y ella al ver el rostro de ternura que sumergía a aquél animal se río. Lo tomó en brazos y este sacó su húmeda lengua para simular un beso... Ella quería llevárselo, pero lo dejó allí, en el mismo suelo donde lo encontró aquella vez y como siempre... Continúo su viaje por las frías calles de su población.

Sonaba Bob Dylan en la radio, con sus poesías confusas, pero que ella entendía sin ninguna dificultad y cuando Blowin' in the wind llegaba a su fin, tomó su pequeña radio y la apagó. Ella decía que era difícil escuchar esa canción, siempre la oías decir: "Si no contribuimos al mundo, si no lloramos con él y no sabemos reír para él, entonces no somos verdaderos hermanos"

La fría soledad de aquél barrio cabía en los umbrales más desiertos de la vida, pero Violeta buscaba lo más recóndito para hacerlo bello e insistía en salir de su casa para cambiar de a poco el mundo. Cuando llegó a la esquina más peligrosa se encontró con un caballero, con hartos años para regalar.

- ¡Hola! - Sonrío Violeta.
- ¿Qué haces por acá pequeña? - Preguntó el anciano.
- No lo sé, descubro el mundo quizás. - Respondió Violeta con una sonrisa que el atardecer no podría fotografiar, con una inocencia que calmaría todo en esa pequeña ciudad.
- ¿Para qué quieres descubrir el mundo? Con el tiempo verás que el mundo solo sirve para desilusionar - Agregó con un suave susurro el anciano, con tristeza en sus ojos dejaba en claro que el mundo no era su mejor hábitat.
- Por eso, porque yo sé que no me ha de desilusionar - Sin pensarlo, le respondió.
- Eso no lo sabes, eres una niña - Dijo el anciano con cierta amargura.
- Y no lo ha de saber nadie, el mundo no desilusiona a aquellos que entienden que el mundo es un error hermoso - Dijo la pequeña y agregó un adiós bastante cariñoso y sin permiso del anciano, de repente, desapareció.

Violeta llegó a su casa, con la sonrisa que a tiempos caía según ella, pero la mayor parte de las veces iluminaba hasta la más gigante obscuridad. Ella no tenía nada decía, pero aún así tenía todo a partir de la nada. ¿Quién iba a creer que una niñita no pensara en filosofar sino en vivir? No lo pensó nadie, pero Violeta no vivía de pensamientos fúnebres de personas que no encuentran o no crean razones para reír.
Corrió a la cocina y quiso deleitar su paladar con algo tan simple como un pan, pero era feliz, según ella la simplicidad no revocaba en lo que era meramente simple, sino en los pequeños brillos que juntos brillaban más que el sol. Violeta comió y se dejó ir por el viento otra vez a las frías calles de su población.

Los autos pasaban con el estrés natural de aquellos que dedican su vida a obligaciones baratas, el sol quería ocultarse, pero el tiempo no lo acompañaba, sonaba el tarro de limosna de un vago en la puerta de un bar y Violeta con su sonrisa en el rostro no dejaba de pedalear. Apareció la noche de la nada y ella no quería volver a su humilde casa, me contó que tenía que pasar por un lugar primero y allí fue. Me dijo que era su mejor amigo y que no había dedicado tiempo para él, así que confío en la noche joven y se dirigió a otras frías calles de su población.

- ¿Cómo estás Felipe? - Preguntó Violeta.
- Aquí, mirando las estrellas que aún no aparecen. - Contestó Felipe.
- ¡Qué entretenido! ¿Puedo mirarlas contigo? - Impaciente, soñadora, poco común.
- Pero si no hay ninguna - Río Felipe.
- Podemos inventarlas, soñar con ellas, volar con ellas - Con una sonrisa particular, contestó Violeta.
- Cada cosa que escucho de ti es solo locura. La vida no es tanto sueño Violeta - Le dijo su amigo.
- ¡Lo sé! Pero la locura crea la coherencia - Sonrío.
- Sí, como digas - Y continúo mirando el cielo nublado.
- Algún día verás que cada estrella que pueda nacer de tu imaginación es más hermosa que las que crea el cielo. No estoy loca, solo quiero vivir de una manera distinta, no quiero llorar antes de saber que reír es consuelo - Agregó Violeta y el rostro de Felipe solo mostraba desconcierto. Violeta agarró su bicicleta y partió a la fría calle de su población que contiene su humilde hogar.

- ¡Mamá llegué! - Gritó. Y subió a su pieza para llenar de historias nuevas a su peluche favorito, una Minnie.

"Cada vez que paseo por las frías calles de mi población me encuentro con una lágrima más, con un sudor más. No entiendo, ¿Por qué cada vez que tenemos la posibilidad de reír y olvidarlo todo caemos más a fondo? Es increíble como hasta la gente que amas está en desacuerdo contigo. Porque aunque a mi madre no le ha de importar si llego o no, aunque mi padre se haya ido lejos y Dios no me lo quiera devolver, aunque mis hermanos sean grandes y no quieran jugar conmigo, aunque la confianza más grande la tenga en ti, en un peluche, porque aunque extrañe mi niñez. Llorar nunca ha sido el remedio más sano para sanar, yo siempre creeré que reír es consuelo"

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