miércoles, 31 de agosto de 2011

Llámese felicidad.

El aire transpiraba paz. El cielo se asomaba sin irse, quedaba un espasmo de interés que surgía a través de las nubes. Sentía la frágil caída del día. Desperté.

Quise imitar el sudor de dudas que traía la vida de por sí y las sensaciones me limitaron, quedé absorta entre el centenar de desilusiones y los millones de encantos que suele traer el camino. Quedé sin aire para respirar, pero inventé un nuevo átomo para disolver los pulmones... No sentir, solo vivir.

Llevar la sonrisa a todas partes y quejarse de lo que no es necesario. La juventud extrae el aprendizaje de por medio y nos deja sentir libres en un mundo maduro, moderno... Para nada infantil. No lo necesito, la felicidad nos convoca como seres únicos, y el crecimiento no interviene en el corazón de la vida, las constelaciones quedan fuera y todas las cursilerías pueden brillar por su ausencia.

Me perdí en el camino para sentirme libre.

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