
El misterio encajaba de a poco con su incrédula necesidad, partían los años a través de los kilómetros para entender la historia. Maltratada, la nostalgia huyó de su lugar para enfrentarse a las emociones básicas, no perduró mucho el enfrentamiento, el tiempo necesitaba tiempo y calló todo para verse reír a sí mismo.
Se le perdió el lugar de encuentro y prefirió arrancar a esos lugares que lo tranquilizaban, la verdad es que no entendía nada y la verdad ya no fluía como entidad. Se paró un tiempo a pensar las cosas, a debatirse entre qué hacer y qué sentir, se olvidó que entre un ayer y el otro no había historia qué contar. Ahí le dolió su imaginario corazón.
Era un invento, lo tenía claro.
El misterio ya no sabía quién era. Cuando hubo algo que creer, hubo nada para hacer. Ahí se estancó y quiso correr, correr lejos, huir a distancias intrépidas, desapareció por unos cuantos instantes y no volvió a correr, nunca más.
Destruyó su idea de manifestarse, de controlar las mentes divergentes de la sociedad, pero pensó que había un punto que unía todas las ideologías, que había un punto en el cual podías destruir a todas. Ese punto debía encontrar, pero de ese punto justamente se olvidó.
Todo era muy fácil de olvidar, el misterio no tiene memoria. Tenía otra clase de existencia, otra clase de recuerdos, otro baúl.
Las leyes de la física no ayudaron en nada, todo lo que se construía la gravedad lo bajaba. Tenía unas cuantas razones para no creer y esas mismas desmoronaron las razones básicas de seguir, todo el mundo era demasiado exacto para entenderlo, el mundo era demasiado frágil para quebrarlo.
El flujo de la emoción, la maldita ignorancia, el rencor acumulado, las ganas de llorar, el resentimiento de las pérdidas, la agonía incalculable, el recuerdo desganado, perdió el sentido. La emoción dejó de lado las ganas de verse al espejo, construir un mundo no era difícil, recrearlo por completo, en cambio, era un problema sin resolver... Aún.
Le atravesó el hígado una bala, se culpó a sí mismo de no entenderse. Corrió un poco para sentir el aire otra vez. La bala le recordó que ya había muerto.
Sintió la nada recorrerle cada uno de los cinco sentidos, se apagó la llama de su prendido corazón y no volvió a palpitar. Había olvidado su propia muerte. Se había olvidado por completo.
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