viernes, 30 de septiembre de 2011

Querida Vida:

A través del tiempo hemos de vernos a nosotros mismos volar, encontrarnos en nuestro sitio creado por nosotros mismos, volar a través de nuestra imaginación, seguirnos casi por prejuicio, casi por maldad, casi por virtud.

Recuerdo ese día en que me recordaste que el tiempo era ligero y que había un sinfín de emociones que debían surgir de nosotros. Te creí por inocencia, te creí porque no dudaba creerte. Hay cuento que vengo a formar ahora, hay un cuento que no tiene ni principio ni desenlace -o por lo menos no he de recordarlo- pero el desarrollo constante, monótono, casi aburrido.

Despierta en mí el augurio de sostenerme, de seguir encandilada en la misma noción. Tenerle era como encontrarle, siendo distinto era lo mismo. Desperdicié años de infancia, de juventud, de vida en carne propia poder reconocerle como su gran función y olvidé volar.

Abrí de a poco mis alas para encontrarme en un sitio nuevo, para poder seguirle a cada instante sin tener que retroceder o irme lejos. Porque todo era mi vida, todo lo era eso, todo lo era nada. Sentir que me quitaban la vida, que se me exaltaba el alma y no hallaba a dónde ir, a dónde poder encontrarle sin ninguna herida, sin ningún rencor.

A través de los años incité mi poca imaginación al arte debido de encontrarme, situé los pocos lazos que forjé conmigo misma para hacerle ver más fuerte, no conseguí nada. Preferí volar y en ese vuelo inalcanzable me despedí de usted, me despedí de todos, me encontré por fin y no volví para quedarme, volví para entender.

Entre los millones de caminos y en los centenares de porqué; la de siempre y para siempre...

LiteraturaNegra

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