sábado, 31 de diciembre de 2011

Algo para regalar.

Ella se acercó al hecho de conocerse, al aspecto débil de mantenerse lejos de una necesidad. El día contradijo su manera de pensar y toda la filosofía que tanto le costó construir se cayó por una breve cantidad de tiempo. Parecía que hubiese desalojado su propia ausencia, cada sincronía de movimiento contemplaba una nueva razón para estancarse, era fácil tenerlo todo, era fácil perderlo todo. Era difícil sentir.

El tiempo despejaba el sonido que producían sus dientes, el incalculable nerviosismo de no tenerse a sí misma revelaba la inhumanidad que nadie tenía. Sintió que el mundo se le pasaba delante y aún así no descifraba nada que le quedara detrás, toda la vida estuvo creciendo por crecer, llegó el tiempo de volver. No sabía cómo hacerlo.

Se acabaron las situaciones rutinarias, mirar el sentido era perderse de nuevo. Todo lo piensa, y volvió a perderse.

Se aturdió con las pequeñas palabras que salían de su boca, la nostalgia congelaba el frío otoñal de Junio y parecía un encantamiento vivir ahí. La magia era propia del destino, el destino quizo hacer ausencia, todo se perdió por la inundación de pensamientos y el claro amanecer no logró recordarle la estadía que consiguió hace meses atrás, cuando el verano aún despertaba en su habitación.

Su filosofía no la dejaba completar un silencio, sentía que dejaba de lado su ser si seguía con todo. Había algo que la mantenía lejos, había algo que no la dejaba ser. Ese tema, esa ficción, todo lo que uno crea y lo que uno no deja ser, todo lo que se pierde para volver a vivir o empezar de cero, no creía nada de eso.

Hubo una inexactitud en su manera de manifestarse, creyó que todos entenderían su manera de ser y lo que es peor, que alguien querría aún así pertenecer a ella. Se acabó la espera, se suicidó internamente por no entender nada, revivió al instante, pero seguía en la misma duda. Nada ayudaba, todo era igual de incierto.

El invierno se hizo presente y Julio no cambiaba en nada, era la misma soledad de sentirse inerte y creer que todo es posible cuando los demás te dicen que no es así. Ella debatía su mundo entre lo fantástico, lo irreal y lo para nada cuerdo, era fácil sentirse así de alegre cuando tu vida estaba apoyada en un mundo aparte a la realidad. Se le olvidó unos cuantos verbos, y allí, en medio de la espera, acudió a la realidad.

La realidad nunca fue su amiga, la verdad es que la verdad nunca le gustó tanto. Ella se dedicaba a soñar, a inventar paraísos para sentirse útil, nunca perteneció a ninguna regla, el universo no conspiraba para que ella tuviese lo que quería sino ella hacía su propia suerte. Su mundo irreal era lo más real que conocía y no necesitaba verdades, no por ahora.

Refugiarse en las cosas perdidas y sentir el calor de las fotografías era el débil pasatiempo que solía ofrecerle la vida, los libros y la buena música, el calendario propio de la anti monotonía y todo lo desperdiciado de la juventud. Ser niña era su prioridad, aunque escogiese mal las prioridades. Era invierno y todo el frío la consumía en su duda y en las millones de reglas que interpretaba su filosofía. Su filosofía lo era todo, y no entendía cuál era la reacción.

Se olvidó que había algo más allá de lo que ella quisiese ser y todo para lo que estaba preparada surgía de la nada de otra manera, entre los pasos que jamás contó y las verdades que no quiso escuchar se le olvidó una palabra que para todos es fundamental y para ella siempre estuvo en tercer plano.

Se había olvidado que el tiempo era pleno y siempre la iba a llevar al mismo lugar de encuentro.

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